Celos que matan pero no tanto

1
Ya había visto sus ojos
en los tuyos
que no me miran
que se mueren
por verla.


2
Era un desliz definitivo.
Desde el bolsillo de secretos
un nombre de mujer
tu letra
un número
la prueba final
en la estructura mítica del héroe
—consultar Villegas, Juan—
desde el bolsillo
esa mujer
ese cuerpo de tus delitos


3
Mañana marcaré ese número.
Repetiré la operación
hasta dar con esa palomita.
Pienso decirle
menos cosas de las que pienso.

Pero a ti, te lo advierto:
nos encontraremos los tres
y sean cuales fueren los resultados
te lo prometo
aquí va a haber un muerto.
Habrás un muerto en la familia,
querido mío


4
Como ves
o como no ves
estoy pendiente de ti.
Estoy el colmo de ti.


5

He aguzado el olfato
para husmearla mejor
en tus camisas
en los jardines de tu pecho.
Si captaras la sutileza de mi oído
qué magnífico espectáculo
pegado a las puertas
el ojo a las cerraduras
como el náufrago
a su tabla
y todo el océano
para él solo.


6
Todos mis sentidos alerta
pueden reconocerte
a una distancia de metros
bajo una niebla de película
en pleno centro de Santiago
a las doce del día
en medio de la gente, animal.

Todos mis sentidos alerta.
Dije todos
menos el sentido
del humor.


7
Cuídate de mí, maldito,
porque te amo.


8
Más vale que te cuides.
Tú sabes,
una caída en la ducha
esas son caídas fatales,
me entiendes.
Un remedio de más
o equivocado,
te fijas.
Un accidente casero
cualquiera tiene en la vida
arreglabas un enchufe
Y ¡oh, sorpresa, Fiat Lux!
me comprendes,
o el cuchillo de cocina
guardado adentro de la cama
o el gas lento pero seguro,
no olvidemos.

Por eso, cuídate.
Mejor
que te encuentre confesado
oleado
sacramentado y todo
si te descubro
amadísimo héroe.


9
Te acaricio
Te araño
Con táctica felina
Porque estás mintiéndome
Porque te juro
Lo sé todo
Aunque no digas ni pío.


10
Tardaría la noche entera
enumerando
los espantos que te haría
si se confirman
mis
—según tu miserable opinión—
infundadas sospechas.
no tienes idea
la de horrores que soy capaz,
mi vida,
la infinidad de maleficios
que prepararía en la cocina
hasta dar con esa pócima
que te pusiera fuera de combate.


11
En esta guerra sangrienta
las matemáticas
están claramente de tu parte.
Yo soy una
y una no es ninguna.

Ante una ventaja así
no cabría más
que deponer esas armas
con las que no cuento
y saludarlos
con mis mejores deseos:
que sean tremendamente infelices
que se pudran.
Quiero que reciban periódicamente
a la cigüeña cargada de imbunches
que no falten el himeneo
las reinas de la muerte,
las parcas de infalibles tijeras
¡Oh Mnémesis
diosa fantástica de la venganza!



Teresa Calderón