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Voy a detenerme sólo un momento a mirar todo lo que he venido arrastrando hasta aquí. Voy a guardar uno por uno los trozos de hielo que fuiste fuimos poniendo entre los dos. No para derretirlos, no para acercarnos y ganar finalmente la batalla.
Me los guardo para que no me conviertan en hielo a mí también.

Me guardo la primera vez que te vi y vi en ti a un niño despistado. Me guardo la ocasión en que me senté a tu lado y te miré el cuello de la camisa mientras tú mirabas el suelo. Me guardo la canción que escuchaba cuando me hablaste por fin, me guardo los libros de Cohelo que quería que tú también leyeras, me guardo el sentimiento -qué tonta- de que te preocupabas. Voy a guardar todas las veces que me maravillé contigo, todas las veces que quise abrazarte para agradecer lo que hacías por mí, aún sin saber que lo hacías, aún estando a kilómetros de distancia.

Me guardo el momento en que te empecé a querer. -¿Dónde empezó todo? ¿Dónde empezó? Necesito recordarlo ahora para poder guardarlo para siempre- Cuando por fin aún ni siquiera te fijabas en mí, cuando no notabas que tus bromas iban tomando forma en mi cabeza, cuando conservaba de ti todo lo que se suponía que me tomara a la ligera -por tu maldita manía de ser impulsivo, de no saber lo que quieres, de lanzar piedras y esconder la mano, de ponerme el corazón a mil por hora y dejarlo ahí para que estallara-. Me guardo la primera vez que te descubrí, escribiendo cosas de esas que se escriben cuando sabes que nadie está leyendo, pero las escribes con la esperanza de que alguien las entienda, y fui espectadora sabiendo que no era para mí.

Me guardo la primera vez que dejé que supieras que te quería, y las veces que me senté a escribir frente a esta misma pantalla cosas que sabía que jamás leerías. Las veces que pensé que podíamos existir, la vez que dijiste que pensabas en mí. Me guardo los encuentros tan esperados, la invitación tímida y temerosa que me atreví a hacer, los paseos, las conversaciones, la vez que te dejé verme de la manera en que no quería que me vieras, siendo tonta, incoherente, fea... y demasiado preocupada por ti. Me guardo todas las veces que me sentí menos, que te puse por sobre mí maravillándome con cada cosa que decías o hacías. Guardo también -y en lo más profundo- cada vez que quise que notaras cosas en mí, cosas que te hicieran sentir orgulloso, cosas en las que buscaba tu aprobación; querer ser tan lista como tú, tan elocuente como tú. Querer ser lo suficientemente buena para ti, cuando pasaba todo lo contrario. Guardo la primera vez que te tomé la mano, la primera vez que noté una pizca de atención hacia mí en tus ojos, la manera en que sentía que te ponías incómodo, y tu insistencia en ser algo así como un mounstro que sólo daña a quienes se acercan -y la mía de creer que podía sanarte con un amor auténtico-.

Guardo el tiempo en que decidí alejarme, dejarte por tu cuenta y respetarme. Los encuentros con otros amigos, las ocasiones que por diferentes motivos nos mantenían en contacto. Guardo el abrazo que corrí a recibir cuando nos reencontramos, de vuelta en el puerto de los sueños infinitos. Dar un paseo contigo bajo las estrellas, tomarnos una taza de café, descubrir que todo lo que sentía seguía allí intacto.  Tus ganas de que siguiéramos siendo nada mientras otros creían que éramos algo. Mis ganas de rendirme otra vez.

Guardo todo lo que pasó desde entonces, desde que por alguna razón -puedo imaginar los motivos más macabros ahora mismo- decidiste volver a hablarme y todo lo que comenzó allí, que no vale la pena mencionar, pues está escrito en cada una de las páginas de esto, en cada célula de mi piel -que eventualmente morirá y será reemplazada por una nueva, sin memoria-, las comidas, los helados, los amigos, las hojas, los metros, las canciones, los libros... lo demás. Y mis ganas de construir algo contigo, que conocieras a mis padres, conocer a los tuyos -es que con él quizá podamos construir algo más maduro, más real- mis ganas de demostrarte que no todos se van, que hay personas que te quieren para siempre. Mi inútil intento por esconder las lágrimas, al igual que ahora, cuando dijiste que te ibas -algo me atravesaba el pecho, al igual que ahora, y no sé por qué. No sé por qué, si ni siquiera te quiero tanto. Si ni siquiera me quisiste tanto-. El resto es historia, -incluyendo las propuestas de volver de vez en cuando- que también guardaré, para mantenerte lejos, para no darme cuenta de cuánto te quiero quise. Para dejar de sentir que si un día volvieras, pondría de nuevo la pulsera de lana en mi mano y volvería a ser indiferente ante tu empeño en escondernosme.

 Simplemente para seguir adelante y quererte, menos.