Tú te fuiste y yo me quedé. Ese era el trato desde el inicio, porque desde entonces sabíamos que tenía que terminar. Tú te llevabas las palabras, yo me quedaba con las lágrimas. No habrían visitas esporádicas ni encuentros casuales, las promesas te las devolví tal como me las diste y las deudas quedaron saldadas.
El problema fue que tú te llevaste todos los recuerdos y yo me quedé con todo lo que no puedo simplemente desechar. Ya quisiera haberme quedado las fotos, los regalos, las cartas que nunca existieron: en cambio, mi parte consiste en un montón de sentimientos que no puedo meter en la bolsa de la basura o eliminar con un click. Pero lo entiendo, correspondía. Ésos fueron siempre míos. Siempre son míos.