Era como la naturaleza; bueno, salvaje, algunas veces cruel. Él tenía todos los estados de lo natural: belleza, timidez, violencia, y ternura.
Naturaleza era caos.
— Anaïs Nin, The Four-Chambered Heart
Cuenta esta leyenda que hace ya varios siglos el Sol, cansado de observar el transcurrir tranquilo de la vida en la tierra, quiso participar de ella. El Sol deseaba dejar de ser el centro del Sistema, y le pidió ayuda a la Luna para que nadie se diera cuenta de su ausencia en el cielo. La Luna, ante tanta súplica, accedió, y un día de junio cuando el Sol más brillaba se acercó y le fue cubriendo poco a poco para que a los mortales de la época no les sorprendiera de golpe la oscuridad. El Sol, que desde lo alto hacía millones de años que observaba la faz de la Tierra, no lo dudó; para sentirse libre y pasar desapercibido se hizo corpóreo en ser más perfecto, ágil y discreto de la tierra: una gata negra.
Sin embargo, la Luna en seguida se sintió cansada, y sin avisar a su amigo Sol, se fue apartando. Cuando Sol se dio cuenta ya era demasiado tarde, salió corriendo hacia el Cielo, y tan rápido huyó, que se dejó en su morada momentánea parte de él; cientos de rayos de Sol se quedaron dentro de la Gata Negra. Desde entonces, todos los gatos que nacieron de aquella gata llevaban en su pelaje los rayos solares que el sol olvidó en su huida, otorgando a su cuerpo miles de tonalidades anaranjadas o doradas, propias de los rayos del sol.