Ni de sus ojos.
Ni del sol pegando en sus ojos.
Ni de mis dedos entre su pelo.
Ni de sus manos...
Ni de sus manos en todas partes.
Ni de sus labios,
ni de su boca,
mucho menos de sus besos.
Ni de sus brazos,
ni de cómo me sujetan,
ni de cómo me acercan a él.
Ni de sus abrazos por la espalda,
ni de cómo me sorprenden, aunque los espere
ni de cómo me llenan.
Ni de sus silencios,
que tienen las palabras justas,
ni de lo que me enseña,
ni de las dudas que siembra en mí.
Ni de su cuerpo,
ni de su corazón,
ni de su cuerpo a contraluz.
Ni de su madurez
-o quizá, inmadurez-.
Ni de sus ganas de que todo sea perfecto.
Ni de su olor,
ni de su sonrisa.
No, no es sobre sus besos,
ni del sabor a cerveza,
ni de la embriaguez
aunque no haya cerveza.
Ni de cómo me sube hasta el cielo,
ni de cómo de pronto me trae a la tierra otra vez,
ni de cómo me hace quererlo
y odiarlo, y quererlo aún más.
Ni de sus defectos
ni de sus virtudes
Ni de cómo me toma de la mano
y ya no existe nada más.
Nada más.-